El sonido metálico de las campanillas de su despertador mecánico lo lanzó estrepitosamente al inicio de una nueva jornada; ya se estaban volviendo rutinarias, sin embargo, conservaba la esperanza de que esta vez sucediera algo que la volviera sorprendente.
Era una noche estrellada, prácticamente sin nubes, lo que tomó como un buen augurio, se esperanzó y terminó de armar su equipaje, revisando una última vez lo que había dejado preparado la mañana anterior. Así fue que antes de salir tomó su mochila, los grandes anzuelos, el arnés, la silla plegable, el carrete de cable reforzado y los arpones, se montó a su bicicleta y salió en dirección al camino que más lo acercaba a la montaña.
Prosiguió por un camino de tierra y luego la pradera, hasta que su bicicleta dejó de ser apta para el terreno y siguió a pie. Pasando el páramo se aproximó a la ladera y comenzó a trepar por el sendero que hubiera preparado con ayuda de su maestro la primera vez que la visitó hace ya unos años, hasta llegar a la cima.
Una vez allí ubicó los anclajes sólidamente asegurados a la roca, se quitó la mochila y ancló su silla, dejó a mano los arpones y, una vez preparados el reel y el barrilete con anzuelos, se colocó el arnés, se acopló a al asiento y tomó un bocado de sus provisiones. El viento a aquella altura soplaba constantemente y con intensidad, alejando las pocas nubes que manchaban el cielo que comenzaba a iluminarse con el amanecer; el barrilete tomó vuelo y se elevó rápidamente y sin problemas.
Cuando se empezaba a aproximar el mediodía, su natural nerviosismo y desconfianza, que rayaba en la paranoia, comenzó a ceder, y cada vez más se fue haciendo a la idea que le esperaban por delante varios días tranquilos, aburridos y libres de acontecimientos.
Fue entonces cuando, empezando a pensar en el almuerzo y sorbiendo con cierta displicencia lo que quedaba en el fondo del termo de café, divisó a lo lejos lo que primero asumió que sería un simple ave, pero pronto se percató de que volaba rápidamente en dirección contraria al viento, y con ritmo certero hacia su barrilete; no necesitó avistar el brillo de los colmillos y las escamas para saber que le esperaba una brutal faena por delante.
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